Giant's Causeway, Northern Ireland |
SUEÑOS PERDIDOS
Entre olor de alcoholes y azahar,
descansaba sobre sábanas de lino cortado. Disponía Beltrán de 300 cobijas
tejidas con filigranas y almejas para cada sueño de la noche, que Irama se
esmeraba en cambiar con religiosa prontitud cada vez que el guerrero volvía de
sus vuelos fantásticos.
Centurión de la noche y la
profundidad de la mente, Beltrán soñaba para satisfacer el ansia de su amada
Irama. Lo mismo espada que acordeón, cada noche volvía con tesoros
insospechados y mantenía su casa en insuperable abundancia.
Pero no todas las noches vencía
Beltrán a sus enemigos en sueños, ni complacía a su dama al despertar. Las
pesadillas eran un riesgo constante de la profesión del que jamás se libraría.
Una noche soñó Beltrán con lo que
habría de soñar en noches sucesivas. La voz le advirtió del peligro y le dijo
que podía no dormir por tres noches. También le avisó que si dormía, podría no
volver.
Con sus botas de cuero de marañón
asiático, su escudo de alabastro y su espada de palo de rosa, se acostó Beltrán
en su cama de plumas, al lado de Irama que, como siempre, velaba con melosa
ambición.
Todo fue rápido y absoluto.
Cuenta la leyenda que Irama, por
no querer perder los tesoros de esa noche y no despertar a Beltrán del peligro,
quedó condenada a vagar por las calles de Ípeca, sin más posesión ni bien que
300 cobijas tejidas con filigranas y almejas.
Northern Ireland |
VISIONES
Merebeo era ciego de profesión y
de nacimiento. Su madre, para aplacar el dolor de tener ella misma el don de
vista y, sobre todo, el dolor de poder ver su fruto ciego, le bordó sobre los
yertos párpados dos flores de alimebea, símbolo de la ciudad que ahora se
desplomaba unidimensionalmente. Durante los días de su vida se dedicó a regar
los escudos de carne con agua de pétalos de sándalo negro, hasta que un día el
pulso se le detuvo a mitad de la noche, y sus manos dejaron sin luz las pupilas
cerradas de Merebeo.
El tiempo cambió desde ese día. Las aguas se hicieron más
tibias y las noches más rojas, y los siete soles dejaron de alinearse a la hora
del alba.
Detrás de los ojos inertes de Merebeo ocurrió la hecatombe,
y solamente él, el ciego, el inútil, el repudiado pudo verla.
Cuando lo encontraron, tenía los puños cerrados, y dentro de
cada mano las esferas de los ojos lo quemaban como carbones.
Nadie nunca entenderá el horror que los ojos ciegos de
Merebeo captaron en aquellos días, cuando las aguas se hicieron más tibias y
las noches más rojas.
TODO FUE RÁPIDO Y ABSOLUTO
Cuenta la leyenda que Irama, por no querer perder los tesoros
de esa noche y no despertar a Beltrán del peligro, quedó condenada a vagar por
las calles de Ípeca, sin más posesión ni bien que 300 cobijas tejidas con
filigranas y almejas.
Gutiérrez-Rivas, Carolina. 2005. Revista Eventos.
Universidad Central de Venezuela, Escuela de Idiomas Modernos 1, 32.