martes, 23 de diciembre de 2014

LA SOBERANA DE SHALlMAR

Portaferry, County Down. Northern Ireland. 



LA SOBERANA DE SHALlMAR

I

En la grupa de la danta itálica recorrió la costa de Shalimar, Arena-esterlina le calaba los dedos del pie derecho, y del pie izquierdo diamantes colgaban vigilantes de su sensualidad. Sus relojes de sol le aceleraban el miedo y su virginidad le punzaba como alfileres recién fundidos.            

Allí, en la costa de Shalimar, a la orilla del mundo y con corona de reina que lastima y pesa, se inclinó y oró a los dioses del tiempo, a los monjes del Calaí y a los señores del oro y de todo lo que habrá de venir, para que su fertilidad no se derritiera entre las fauces de los tiburones y su-virginidad no fuera arrebatada por víboras serpentinas.                .

Allí, en el silencio que producen los gritos del alba en los oídos de los sordos, y frente al crepúsculo incandescente de trece colores que sólo se puede ver en Shalimar, la soberana, la virgen, la única, la codiciada y jamás poseída majestad, posó pie en tierra y, por primera vez en treinta años, lloró.

II

“Albricias por la tierra mojada y el sudor refrescante y corriente", pensó al detenerse frente a la montaña. En ese lugar impronunciable donde el mar le promete a la tierra soñar con ella cuando la marea baje y donde crece la flor de hibisco de siete colores, decidió plantar bandera y quedarse a vivir.           

Venia de Ibeliza. Había pasado noches de lima angular y blanca en Macías, Lorena y Alfonsí, ciudades todas de mucho atractivo y encantamientos para los viajeros jóvenes y casaderos. Pero este era su destino.

Solamente una presencia, con figura de mujer humana, lo atraía a Shalimar. Había oído hablar de los catalejos mágicos de la ciudad, de sus arcoíris dorados, sus leones marinos y sus tragaluces nocturnos, pero, sobre todo, había oído hablar de ella, de la soberana. Y con ella en mente emprendió el viaje, dejando atrás todo lo conocido y todo lo por conocer.

Su camello desfallecía; la piel le tostaba las entrañas; sus ojos blanco mar se cerraban por el agotamiento, pero reconocía, allí en la costa de Shalirmar, las palabras que el viento venía a contarle en otro idioma, y la premonición inquietante de ser el primero en subir al lecho de la indomable soberana de Shalimar. 

III

Arropados por el manto que tienden los cielos sobre los elegidos, se sorprendieron tomando el baño de luna y lino de las seis, allí, en la costa de Shalimar.

Desorientada, preguntó al forastero sus intenciones, Éste le contestó certero y sin desviar la mirada, sobre sus planes y sus andanzas. "Soy el enviado de los dioses del tiempo, de los monjes del Calaí y de los señores del oro y de todo lo que habrá de venir. He venido a cumplir tu voluntad".

La tierra se tragó las lágrimas de la soberana con la pasión con la que el desierto absorbe la lluvia mansa. Los mares se retiraron y a la luz de un eclipse invertido, bestia y soberana se amaron.





Gutiérrez-Rivas, Carolina. 2005. “La soberana de Shalimar”. Revista Eventos. Universidad Central de Venezuela, Escuela de Idiomas Modernos, 1, 33.


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