Portaferry, County Down. Northern Ireland. |
LA SOBERANA DE
SHALlMAR
I
En la grupa de la danta itálica
recorrió la costa de Shalimar, Arena-esterlina le calaba los dedos del pie
derecho, y del pie izquierdo diamantes colgaban vigilantes de su sensualidad.
Sus relojes de sol le aceleraban el miedo y su virginidad le punzaba como
alfileres recién fundidos.
Allí, en la costa de Shalimar, a
la orilla del mundo y con corona de reina que lastima y pesa, se inclinó y oró
a los dioses del tiempo, a los monjes del Calaí y a los señores del oro y de
todo lo que habrá de venir, para que su fertilidad no se derritiera entre las
fauces de los tiburones y su-virginidad no fuera arrebatada por víboras
serpentinas. .
Allí, en el silencio que producen
los gritos del alba en los oídos de los sordos, y frente al crepúsculo
incandescente de trece colores que sólo se puede ver en Shalimar, la soberana,
la virgen, la única, la codiciada y jamás poseída majestad, posó pie en tierra
y, por primera vez en treinta años, lloró.
II
“Albricias por la tierra mojada y
el sudor refrescante y corriente", pensó al detenerse frente a la montaña.
En ese lugar impronunciable donde el mar le promete a la tierra soñar con ella
cuando la marea baje y donde crece la flor de hibisco de siete colores, decidió
plantar bandera y quedarse a vivir.
Venia de Ibeliza. Había pasado
noches de lima angular y blanca en Macías, Lorena y Alfonsí, ciudades todas de
mucho atractivo y encantamientos para los viajeros jóvenes y casaderos. Pero
este era su destino.
Solamente una presencia, con
figura de mujer humana, lo atraía a Shalimar. Había oído hablar de los
catalejos mágicos de la ciudad, de sus arcoíris dorados, sus leones marinos y
sus tragaluces nocturnos, pero, sobre todo, había oído hablar de ella, de la
soberana. Y con ella en mente emprendió el viaje, dejando atrás todo lo
conocido y todo lo por conocer.
Su camello desfallecía; la piel
le tostaba las entrañas; sus ojos blanco mar se cerraban por el agotamiento,
pero reconocía, allí en la costa de Shalirmar, las palabras que el viento venía
a contarle en otro idioma, y la premonición inquietante de ser el primero en
subir al lecho de la indomable soberana de Shalimar.
III
Arropados por el manto que
tienden los cielos sobre los elegidos, se sorprendieron tomando el baño de luna
y lino de las seis, allí, en la costa de Shalimar.
Desorientada, preguntó al
forastero sus intenciones, Éste le contestó certero y sin desviar la mirada,
sobre sus planes y sus andanzas. "Soy el enviado de los dioses del tiempo,
de los monjes del Calaí y de los señores del oro y de todo lo que habrá de
venir. He venido a cumplir tu voluntad".
La tierra se tragó las lágrimas
de la soberana con la pasión con la que el desierto absorbe la lluvia mansa.
Los mares se retiraron y a la luz de un eclipse invertido, bestia y soberana se
amaron.
Gutiérrez-Rivas, Carolina. 2005.
“La soberana de Shalimar”. Revista Eventos. Universidad Central de Venezuela,
Escuela de Idiomas Modernos, 1, 33.
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