A mis profesores con amor.
En una entrada anterior en este mismo blog publiqué una nota sobre el día
del maestro en Venezuela, con la intención de darle las gracias a las maestras
y maestros que tuve en mis estudios en la escuela primaria y secundaria;
me parece justo que haga lo mismo con mis profesores de la etapa
universitaria de pregrado. Lamentablemente, no tuve oportunidad de hacerlo entonces cuando fueron mis profesores.
Aunque mi título de pregrado dice que me gradué en julio de 1996, mis
estudios los culminé en diciembre de 1995. Debí esperar siete meses para
asistir al acto de grado y tener el diploma en mis manos. De tal manera que
este año 2015 se cumplen 20 años desde que terminé mis estudios de pregrado en
la Universidad del Zulia.
El cambio de la escuela secundaria a la universitaria no es asimilado de la
misma manera por todos, algunos lo asimilan muy bien y se adaptan con
facilidad, otros se sienten desorientados, en fin, es diferente para cada uno
de nosotros. Para mí fue una combinación
entre emoción y susto. Me emocionaba la idea de entrar a la universidad, a
vivir nuevas experiencias, conocer nuevas personas, cambiar de ambiente y el
susto de lo desconocido, el desafío, ser capaz de lograr no solo iniciar sino
culminar una carrera profesional.
Mi sueño original era estudiar traducción en la Escuela de Idiomas en la Universidad Central de
Venezuela, para mi familia eso fue una opción que jamás consideraron, las
preguntas sobre donde viviría, como pagarían mis estudios y como se me ocurría a
mí dejar el hogar para irme sola a la capital simplemente no, mi sueño no era
posible. Mis opciones de estudio fueron tres, derecho, comunicación social y
Educación mención Idiomas modernos, eran las opciones que escogí para estudiar en
Maracaibo. Fui asignada a la tercera de mis opciones académicas. Ya me había
preparado por mi cuenta, había comenzado a estudiar inglés de manera
autodidacta. Hacía uso de canciones, del único periódico venezolano escrito en
inglés en Venezuela, la radio en inglés y cuanto otro recurso se me apareciera
en el camino para aprender el idioma. Y
así inicié los estudios en la Universidad del Zulia en Maracaibo.
Para septiembre de 1989 cuando inicié, era obligatorio hacer un semestre de
estudios generales. Cuatro materias formaban parte de ese periodo de estudios.
Ese tiempo sirvió de adaptación, la transición por así llamarla. Lugo llegó el inicio real, entrar en el
pensum de la carrera. Eran muchas materias, entre seis y siete; tiempo
completo, estudiar era lo único que se podía hacer. De ese primer semestre recuerdo dos profesores
en particular, a Beatriz Manrique y Raimundo Medina.
La profesora Manrique fue mi primera profesora de inglés. Pensé que dado la
preparación que había tenido no sería tan difícil, me equivoqué. Fue más exigente
de lo que había imaginado. Sus clases eran muy animadas y divertidas. Su
creatividad era infinita, cada clase era una experiencia inolvidable. La experiencia fue maravillosa, no puedo
negarlo, no creo haber aprendido mucho (inglés), de hecho me tocó cursar la
materia nuevamente, no fue por culpa de la profesora, yo soy la única
responsable de lo sucedido. No obstante, tuve la oportunidad de conocer a un
ser humano maravilloso que me enseñó bastante sobre muchas otras cosas a nivel personal. Esas lecciones también se aprecian y son tan valiosas como
las académicas.
Raimundo Medina, fue mi profesor de morfosintaxis del español, en tres
oportunidades. Fue una asignatura, que me resultó tan o más exigente que el
inglés o el francés o cualquier otro idioma que he aprendido. Reconozco y
resalto su inteligencia, la profundidad de sus conocimientos del castellano a
todo nivel. No obstante, él es ese tipo de profesor que con abrir su boca
derrama conocimiento pero la manera de transmitirlo puede ser tan lineal, ausente
de emoción y sentimiento o creatividad que resultaba ser muy pesado de digerir.
Al final, la información era tan densa y abstracta que era difícil de procesar.
Haber tenido que repetir el primer curso de inglés me dio la oportunidad de
vivir una experiencia de aprendizaje excepcional. Conocí a la profesora Carmen Paván, una mujer linda y
hermosa tanto a nivel físico como personal. Sus clases eran divertidas,
variadas y muy interactivas. Siempre había una actividad que hacer, ya sea
preparada o improvisada, ir a su clase era saber que se tendría una nueva
aventura, imposible de olvidar. Con ella, el inglés se vivía, se sentía, se
tocaba, se olía, se saboreaba, todos los sentidos se involucraban en la
aventura del aprendizaje.
Llegó entonces el momento más temido, comenzar las clases de francés, el
segundo idioma que debía aprender. Las opciones de profesoras de este idioma,
no me entusiasmaban mucho, no porque tuviesen fama de malas, sino por ser muy
exigentes, y un trato muy descortés con los estudiantes; además de contar con
un historial de aplazados considerables. Para mi fortuna, llega a la
universidad una nueva profesora de nombre Yolanda Quintero de Rincón. A ella le agradezco el haberme enseñado la
belleza del idioma francés. Su ejemplo fue el mejor que pude haber tenido. Fue
mi inspiración. Me esforcé por aprender a hablar, entender y expresarme en
francés como ella.
Adicionalmente, encontré en ella, no sola una gran
profesora, sino también una compañera de estudios. Fueron muchas las
conversaciones acompañadas de un café con leche, el mío, marrón el suyo.
Anhelaba llegar a la universidad y encontrarla en los pasillos para invitarla a
un café y disfrutar de esas conversaciones tan enriquecedoras desde todo punto
de vista. Música, libros, viajes, comida, cualquier tópico que surgiera, era un
paseo por lo inesperado. Fue el mejor hallazgo de mi carrera. Siempre sentí que
conversaba con una amiga, más que con una profesora, una amiga de quien
aprendía mucho y a quien respetaba y admiraba cada día más.
La maravillosa experiencia de aprender francés, que se inició con la
profesora Yolanda, se completó con Martín
Quintero. Él era todo un personaje. Imagínense tener como profesor a alguien
con la apariencia de Roland Carreño y la simpatía de Robin William, el
actor. Sus clases, gramática francesa, eran siempre lo más parecido a una sesión de
risoterapia. Esto, en mi opinión, creaba un ambiente muy agradable, ideal para
el aprendizaje de una lengua tan compleja como el francés. Uno de mis mejores
recuerdos con él, fue una ocasión en la que estaba en el lugar de siempre
conversando con Yolanda Quintero, quien era su amiga, él se acerca y le dice
escucha esto y comenzó a cantar una versión en francés de la canción “El
Manduco” que para ese momento estaba de moda. Aún recuerdo la letra en francés
y el ritmo tal como él la entonó. En ocasiones, al escucharla en la radio,
recuerdo ese agradable momento que logró sacarnos unas buenas carcajadas.
Otra profesora realmente especial es Ana Lucia Delmastro. Hablar de ella es
hablar de una mujer, integra, inteligente, hermosa, con clase, elegancia y con
conocimiento de sobra, para regalar en cada palabra que dice. Haber sido su alumna fue realmente un
privilegio.
Juliana Zibert de Becerra, una dama. De origen alemán, casada con un venezolano, y madre de una niña. Su fama la precedía. Los rumores que
se escuchaban por los pasillos eran aterradores. Todos hablaban de lo difícil y
hasta lo imposible de aprobar su materia. Su curso, gramática inglesa, era uno
de los más importantes, al menos para mí lo era. A mí no me causaba ningún susto, por el
contrario, era un desafío. Busqué la manera de quedar en su clase y lo logré.
Fue la mejor decisión académica que haya podido tomar. Sus clases eran maravillosas, en ocasiones,
no me daba cuenta lo rápido que pasaba el tiempo. A ella le debo todos mis
conocimientos gramaticales del idioma inglés.
Con ella, sucedió algo similar a lo que viví con mi profesora de Francés, Yolanda Quintero. Las salidas de clase se extendían en interesantes conversaciones, nunca estuvieron acompañadas de un café o ninguna bebida similar, nunca había tiempo, se nos iba en conversar. Por alguna razón u otra nuestra relación se tornó en algo familiar, sin dejar de ser respetuosa. Años después, me enteré que se había mudado a Caracas. Ella y su esposo, Eugenio Becerra me recibieron en su casa y me ayudaron en mi proceso de mudanza a la misma ciudad; inclusive, mi segundo trabajo en la capital, lo conseguí gracias a ellos. Hasta el día de hoy, ella es la mejor profesora que tuve en mis años de estudios de pregrado. La admiro y la respeto. Ella es realmente especial. Tal como lo escribí al principio, es toda una dama.
Hablar de Eugenio Becerra es hablar de una persona, tan particular. Él era
un hombre tranquilo, su caminar siempre pausado y despreocupado era casi
exasperante. Fue mi profesor de traducción. Creo que no había mejor pareja para
Juliana, una mujer acelerada y dinámica, debía tener a alguien que calmara su
paso. Juntos eran maravillosos, el uno para el otro. Así lo recuerdo, como
alguien relajado, parsimonioso.
Diógenes Carmona, la elegancia. No recuerdo con certeza la clase que cursé
con él, pero si recuerdo, que es uno de los pocos hombres que encontrado
atractivo de una manera no sexual. Era un hombre espectacular, distinguido,
siempre estaba vestido de manera casual pero elegante. Sus maneras eran muy delicadas sin llegar a
ser afeminadas. Su manera de hablar y explicar era pausada y razonada, cada
palabra se sabía bien pensada. Era un hombre que podía fácilmente conquistar a
cualquier mujer y seguramente que a cualquier hombre también si lo
quisiese.
Elke Ynciarte, el enigma. Típica mujer del signo de escorpio. Su clase fue
la última que me tocó cursar junto a la práctica profesional. Me resultaba una necedad tener que ver esa
materia, claro ya quería terminar y graduarme. Su curso era algo así como
enseñanza de idiomas a nivel de pre-escolar y básica, una asignatura que se
ofrecía por primera vez en la carrera, de manera obligatoria. No creo que haya sido la clase en sí, quizás
era el cansancio, la hora, su clase era la última del día, salíamos a las 9 de
la noche. Quizás era también el hecho de que la sola idea de tener que trabajar
con niños me inquietaba. Con ella también logré algo de empatía, digamos que bastante. Al final de
la clase, ella solía dejarme en la parada más cercana un transporte público
hacia mi casa, lo cual le agradecía mucho. De no ser por ella, llegar a mi casa
habría sido todo un drama. Compartimos muchos momentos, acompañados de café,
sin café, con té, en fin.
Por alguna razón en particular, la primera y la última profesora que tuve
en la universidad marcaron mi vida de manera similar; pero lo que estuvo entre
la primera y la última fue un mundo de aventuras, aprendizaje, vivencias, y
experiencias extraordinarias.
Todos los profesores que he mencionado, y a quienes no mencioné
también, influyeron mucho en mi decisión
de querer ser profesora universitaria. A ellos les debo todo lo que sé, todo lo
aprendido en lo académico, profesional y personal. Les estaré eternamente agradecida.