miércoles, 11 de febrero de 2015

A mis profesores con amor




A mis profesores con amor.


En una entrada anterior en este mismo blog publiqué una nota sobre el día del maestro en Venezuela, con la intención de darle las gracias a las maestras y maestros que tuve en mis estudios en la escuela primaria y secundaria; me parece justo que haga lo mismo con mis profesores de la etapa universitaria de pregrado. Lamentablemente, no tuve oportunidad de hacerlo entonces cuando fueron mis profesores.  

Aunque mi título de pregrado dice que me gradué en julio de 1996, mis estudios los culminé en diciembre de 1995. Debí esperar siete meses para asistir al acto de grado y tener el diploma en mis manos. De tal manera que este año 2015 se cumplen 20 años desde que terminé mis estudios de pregrado en la Universidad del Zulia.    

El cambio de la escuela secundaria a la universitaria no es asimilado de la misma manera por todos, algunos lo asimilan muy bien y se adaptan con facilidad, otros se sienten desorientados, en fin, es diferente para cada uno de nosotros.  Para mí fue una combinación entre emoción y susto. Me emocionaba la idea de entrar a la universidad, a vivir nuevas experiencias, conocer nuevas personas, cambiar de ambiente y el susto de lo desconocido, el desafío, ser capaz de lograr no solo iniciar sino culminar una carrera profesional.    

Mi sueño original era estudiar traducción en la Escuela de Idiomas en la Universidad Central de Venezuela, para mi familia eso fue una opción que jamás consideraron, las preguntas sobre donde viviría, como pagarían mis estudios y como se me ocurría a mí dejar el hogar para irme sola a la capital simplemente no, mi sueño no era posible. Mis opciones de estudio fueron tres, derecho, comunicación social y Educación mención Idiomas modernos, eran las opciones que escogí para estudiar en Maracaibo. Fui asignada a la tercera de mis opciones académicas. Ya me había preparado por mi cuenta, había comenzado a estudiar inglés de manera autodidacta. Hacía uso de canciones, del único periódico venezolano escrito en inglés en Venezuela, la radio en inglés y cuanto otro recurso se me apareciera en el camino para aprender el idioma.   Y así inicié los estudios en la Universidad del Zulia en Maracaibo.

Para septiembre de 1989 cuando inicié, era obligatorio hacer un semestre de estudios generales. Cuatro materias formaban parte de ese periodo de estudios. Ese tiempo sirvió de adaptación, la transición por así llamarla.  Lugo llegó el inicio real, entrar en el pensum de la carrera. Eran muchas materias, entre seis y siete; tiempo completo, estudiar era lo único que se podía hacer.  De ese primer semestre recuerdo dos profesores en particular, a Beatriz Manrique y Raimundo Medina.

La profesora Manrique fue mi primera profesora de inglés. Pensé que dado la preparación que había tenido no sería tan difícil, me equivoqué. Fue más exigente de lo que había imaginado. Sus clases eran muy animadas y divertidas. Su creatividad era infinita, cada clase era una experiencia inolvidable.  La experiencia fue maravillosa, no puedo negarlo, no creo haber aprendido mucho (inglés), de hecho me tocó cursar la materia nuevamente, no fue por culpa de la profesora, yo soy la única responsable de lo sucedido. No obstante, tuve la oportunidad de conocer a un ser humano maravilloso que me enseñó bastante sobre muchas otras cosas a nivel personal. Esas lecciones también se aprecian y son tan valiosas como las académicas.   

Raimundo Medina, fue mi profesor de morfosintaxis del español, en tres oportunidades. Fue una asignatura, que me resultó tan o más exigente que el inglés o el francés o cualquier otro idioma que he aprendido. Reconozco y resalto su inteligencia, la profundidad de sus conocimientos del castellano a todo nivel. No obstante, él es ese tipo de profesor que con abrir su boca derrama conocimiento pero la manera de transmitirlo puede ser tan lineal, ausente de emoción y sentimiento o creatividad que resultaba ser muy pesado de digerir. Al final, la información era tan densa y abstracta que era difícil de procesar.  

Haber tenido que repetir el primer curso de inglés me dio la oportunidad de vivir una experiencia de aprendizaje excepcional. Conocí a  la profesora Carmen Paván, una mujer linda y hermosa tanto a nivel físico como personal. Sus clases eran divertidas, variadas y muy interactivas. Siempre había una actividad que hacer, ya sea preparada o improvisada, ir a su clase era saber que se tendría una nueva aventura, imposible de olvidar. Con ella, el inglés se vivía, se sentía, se tocaba, se olía, se saboreaba, todos los sentidos se involucraban en la aventura del aprendizaje.    

Llegó entonces el momento más temido, comenzar las clases de francés, el segundo idioma que debía aprender. Las opciones de profesoras de este idioma, no me entusiasmaban mucho, no porque tuviesen fama de malas, sino por ser muy exigentes, y un trato muy descortés con los estudiantes; además de contar con un historial de aplazados considerables. Para mi fortuna, llega a la universidad una nueva profesora de nombre Yolanda Quintero de Rincón.   A ella le agradezco el haberme enseñado la belleza del idioma francés. Su ejemplo fue el mejor que pude haber tenido. Fue mi inspiración. Me esforcé por aprender a hablar, entender y expresarme en francés como ella. 
Adicionalmente, encontré en ella, no sola una gran profesora, sino también una compañera de estudios. Fueron muchas las conversaciones acompañadas de un café con leche, el mío, marrón el suyo. Anhelaba llegar a la universidad y encontrarla en los pasillos para invitarla a un café y disfrutar de esas conversaciones tan enriquecedoras desde todo punto de vista. Música, libros, viajes, comida, cualquier tópico que surgiera, era un paseo por lo inesperado. Fue el mejor hallazgo de mi carrera. Siempre sentí que conversaba con una amiga, más que con una profesora, una amiga de quien aprendía mucho y a quien respetaba y admiraba cada día más.   
    

La maravillosa experiencia de aprender francés, que se inició con la profesora  Yolanda, se completó con Martín Quintero. Él era todo un personaje. Imagínense tener como profesor a alguien con la apariencia de Roland Carreño y la simpatía de Robin William, el actor.   Sus clases, gramática francesa,  eran siempre lo más parecido a una sesión de risoterapia. Esto, en mi opinión, creaba un ambiente muy agradable, ideal para el aprendizaje de una lengua tan compleja como el francés. Uno de mis mejores recuerdos con él, fue una ocasión en la que estaba en el lugar de siempre conversando con Yolanda Quintero, quien era su amiga, él se acerca y le dice escucha esto y comenzó a cantar una versión en francés de la canción “El Manduco” que para ese momento estaba de moda. Aún recuerdo la letra en francés y el ritmo tal como él la entonó. En ocasiones, al escucharla en la radio, recuerdo ese agradable momento que logró sacarnos unas buenas carcajadas.        

Otra profesora realmente especial es Ana Lucia Delmastro. Hablar de ella es hablar de una mujer, integra, inteligente, hermosa, con clase, elegancia y con conocimiento de sobra, para regalar en cada palabra que dice.  Haber sido su alumna fue realmente un privilegio. 

Juliana Zibert de Becerra, una dama. De origen alemán, casada con un venezolano, y madre de una niña. Su fama la precedía. Los rumores que se escuchaban por los pasillos eran aterradores. Todos hablaban de lo difícil y hasta lo imposible de aprobar su materia. Su curso, gramática inglesa, era uno de los más importantes, al menos para mí lo era.  A mí no me causaba ningún susto, por el contrario, era un desafío. Busqué la manera de quedar en su clase y lo logré. Fue la mejor decisión académica que haya podido tomar.  Sus clases eran maravillosas, en ocasiones, no me daba cuenta lo rápido que pasaba el tiempo. A ella le debo todos mis conocimientos gramaticales del idioma inglés. 

Con ella, sucedió algo similar a lo que viví con mi profesora de Francés, Yolanda Quintero. Las salidas de clase se extendían en interesantes conversaciones, nunca estuvieron acompañadas de un café o ninguna bebida similar, nunca había tiempo, se nos iba en conversar. Por alguna razón u otra nuestra relación se tornó en algo familiar, sin dejar de ser respetuosa. Años después, me enteré que se había mudado a Caracas. Ella y su esposo, Eugenio Becerra me recibieron en su casa y me ayudaron en mi proceso de mudanza a la misma ciudad; inclusive, mi segundo trabajo en la capital, lo conseguí gracias a ellos.  Hasta el día de hoy, ella es la mejor profesora que tuve en mis años de estudios de pregrado. La admiro y la respeto. Ella es realmente especial. Tal como lo escribí al principio, es toda una dama.    
Hablar de Eugenio Becerra es hablar de una persona, tan particular. Él era un hombre tranquilo, su caminar siempre pausado y despreocupado era casi exasperante. Fue mi profesor de traducción. Creo que no había mejor pareja para Juliana, una mujer acelerada y dinámica, debía tener a alguien que calmara su paso. Juntos eran maravillosos, el uno para el otro. Así lo recuerdo, como alguien relajado, parsimonioso.    

Diógenes Carmona, la elegancia. No recuerdo con certeza la clase que cursé con él, pero si recuerdo, que es uno de los pocos hombres que encontrado atractivo de una manera no sexual. Era un hombre espectacular, distinguido, siempre estaba vestido de manera casual pero elegante.  Sus maneras eran muy delicadas sin llegar a ser afeminadas. Su manera de hablar y explicar era pausada y razonada, cada palabra se sabía bien pensada. Era un hombre que podía fácilmente conquistar a cualquier mujer y seguramente que a cualquier hombre también si lo quisiese. 

Elke Ynciarte, el enigma. Típica mujer del signo de escorpio. Su clase fue la última que me tocó cursar junto a la práctica profesional.  Me resultaba una necedad tener que ver esa materia, claro ya quería terminar y graduarme. Su curso era algo así como enseñanza de idiomas a nivel de pre-escolar y básica, una asignatura que se ofrecía por primera vez en la carrera, de manera obligatoria.  No creo que haya sido la clase en sí, quizás era el cansancio, la hora, su clase era la última del día, salíamos a las 9 de la noche. Quizás era también el hecho de que la sola idea de tener que trabajar con niños me inquietaba. Con ella también logré algo de empatía, digamos que bastante. Al final de la clase, ella solía dejarme en la parada más cercana un transporte público hacia mi casa, lo cual le agradecía mucho. De no ser por ella, llegar a mi casa habría sido todo un drama. Compartimos muchos momentos, acompañados de café, sin café, con té, en fin. 
 

Por alguna razón en particular, la primera y la última profesora que tuve en la universidad marcaron mi vida de manera similar; pero lo que estuvo entre la primera y la última fue un mundo de aventuras, aprendizaje, vivencias, y experiencias extraordinarias.  


Todos los profesores que he mencionado, y a quienes no mencioné también,  influyeron mucho en mi decisión de querer ser profesora universitaria. A ellos les debo todo lo que sé, todo lo aprendido en lo académico, profesional y personal.   Les estaré eternamente agradecida.  


1 comentario:

  1. Excelente entrada. Saludos prof. Franco, de parte de un estudiante del departamento de idiomas de luz.

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